Artífice de la Comunicación


Cuando estudiaba ciencias de la comunicación, una de las realizaciones que me desmotivó a la mitad de la carrera fue descubrir un cuerpo de conocimientos desordenado. De manera intuitiva, suponía que existía cierta coherencia en el arte de la comunicación: desde antiguos filósofos hasta las técnicas de edición de video y fotomontaje, incluyendo, claro, las técnicas de persuasión. Suponía cierto eje, pero las encontré todas ellas muy desordenadas. No había un “método” que me pudiera dar certeza sobre lo que estaba haciendo. Deseaba ir más allá del “está bonito”, ir más allá de las opiniones y lograr transformar el mundo. Puede sonar soñador, marxista tal vez, pero no, hablo de una acción muy concreta: hablo de una ingeniería para la comunicación. 

Buscaba, no la eterna reflexión sobre un tema, sino la reflexión para la acción. Teoría que pudiera establecerse en múltiples hipótesis que a su vez pudieran ser probadas en el mundo. Una verdadera teoría de la comunicación que me ayudara a acelerar la comprensión de este fenómeno y, por fin, crear objetos, usar lenguajes, usar la lengua, de una manera dirigida, intencionada, muy bien articulada, que fuera más allá del uso común y corriente. Pensaba en ello como el equivalente a un estudiante de gastronomía o a un atleta profesional. De esta manera, el que estudiara las artes y ciencias de la comunicación estaba condenado a ver un entramado, y de manipular un sistema al cual pocos tienen acceso. Sólo aquellos con la dedicación del atleta pueden tratarlo, y sólo aquellos con la sensibilidad que alcanza el chef pueden usarlo a su favor para alterar la mente y los sentidos. En medio de todo esto está, como es de esperar, la cura consecuente: un artífice y científico de la comunicación se vuelve inmune a los intentos de persuasión hacia él. Una persona entrenada en esas disciplinas tiene una atención a todo acto que pretenda modificar su actuar, a sabiendas de que aquel intento de persuasión se sostiene en un entramado comunicativo que él bien conoce.

El comunicólogo, para mí, debía ser el orador de Issac Asimov.

Esa visión holística me llevaba a conferir centralidad a "la comunicación". Ésta lo es todo para el ser humano: no hay individuo sin sociedad; no hay sociedad sin comunicación. No hay comunicación sin lengua, no hay lengua sin la capacidad de lenguaje. No hay memoria sin lengua, no hay cultura sin memoria. La comunicación enlaza al individuo, su sociedad, su cultura, su memoria, a partir de la lengua, y al mismo tiempo, a partir de la capacidad humana (tal vez animal) de crear sistemas simbólicos: lenguajes.

Tal vez esperaba mucho más de lo que mi universidad me podía dar. Buscaba la receta, la serie de pasos para lograr la comunicación perfecta. Buscaba el método para la volitiva construcción del significado fino. Construcción, con la mirada del arquitecto y del ingeniero; del significado, de un área del pensamiento y la vida social humana tan ligada a ellas, pero tan difícil de definir.

Como artífices y científicos de la comunicación, estamos atados al estudio del significado. No sólo nos interesa el cómo algo significa algo para alguien o el qué significa algo, ambas preguntas muy pertinentes y complejas. Si no por encima de todo esto, el gran problema es el cómo podemos nosotros, con toda la agentividad que ello implica:

(1) hacer que algo signifique lo que nosotros queremos que signifique para alguien más.

Esta intencionalidad la tenemos, como seres humanos. De alguna u otra manera, la usamos. A veces las consecuencias no son las que esperamos, a veces erramos, a veces nuestra intuición de cómo comunicar para lograr un determinado significado (un determinado fin) no es del todo acertada. En este terreno, y como metáfora, nos encontramos con que tenemos un corazón pero no sabemos cómo funciona, sólo está ahí: nos mantiene vivos y sabemos muy bien cuando no funciona bien (o deja de funcionar). Pero no por tenerlo, somos expertos de él. En el mismo sentido, la comunicación se nos presenta como algo obvio, intuitivo, incuestionable. Pero si alguien deseara crear un corazón artificial, o mejorar uno que ya funciona... nos encontramos problemas. ¿Cómo superar la ignorancia, producto de la inercia de quien opera en algo pero no sabe cómo funciona ese algo?

Para el científico puro, lo planteado en (1) le puede parecer ocioso. Pero para quien trabaja sin el erario conectado a sus venas, quien necesita solucionar problemas de mala interpretación, quien tiene una agencia, quien funciona como asesor de comunicación, quien desea manipular los lenguajes para lograr crear un mensaje, esto es lo fundamental. Y para ellos, un método que pueda otorga certeza sobre lo que significan los textos, poder medir esa certeza con todo lo necesario, con lo dispuesto para la investigación en ciencias sociales, humanidades y humanidades digitales, es el objetivo. Este quería que fuese mi objetivo.

Regreso al enunciado planteado en (1). Quisiera mencionar que esta idea no surge en un mundo capitalista, racionalista o posmoderno. La idea detrás es bastante vieja: es el entendimiento de la naturaleza y su manipulación; cocinar, con fuego, ya es un acto de entendimiento y manipulación de la naturaleza. En efecto, una mejor comprensión puede llevar a una mejor manipulación, pero no necesariamente. No por nada las áreas disciplinarias de nuestra especie han encontrado una buena categorización entre las ingenierías y las ciencias. Las primeras buscan la mejor manera para manipular, basándose en cuerpos de conocimiento ordenados y de "fiar"; las segundas, buscan formas para ordenar el conocimiento, adquirirlo, acumularlo y establecer estrategias para hacerlo de "fiar". Ambas, muy respetables. Pero pareciera que en las humanidades en general nos hace falta esa intención ingenieril. A pesar de que existen acciones concretas para orientar nuestras comunidades de personas que tienen ideas difuminadas de lo que sucede. Personas que no están formadas para la ejecución del conocimiento acumulado: políticos. Es decir, son personas con “buenas” intenciones e intuiciones, y tal vez mucha experiencia en el trato de las comunidades, de las personas, de las masas, pero no son buenos accediendo al conocimiento acumulado de las ciencias sociales y las humanidades.
“No se discute a Marx en el congreso”.
No saben cómo leerlo, ni tampoco cómo aplicarlo, ni les interesa. En realidad, esta figura del ingeniero social no existe. Se le trunca su existencia por la misma comunidad de drenadores del SNI. No obstante, sí existen mercadólogos, publicistas y estrategas políticos, que buscaran solucionar sus problemas con o sin ese conocimiento. Una lástima esta mala comunicación.

El poeta es el mejor ejemplo, la entidad más peligrosa, según Platón, ya que este agente era el antiguo conocedor de esta ingeniera social. “El malvado manipulador”, el transmutador del significado...

Por otro lado, se debe señalar que se asume que las humanidades tienen un cuerpo de conocimiento ordenado. Lamentablemente, parece más una serie de anécdotas bien redactadas, hiladas tal vez con las ideas de filósofos y pensadores, pero muy poco interesadas en ser prueba a favor o en contra de alguna hipótesis.
Señalo con lo anterior dos de tres problemas: (1) la ausencia de un método para la aplicación del conocimiento acumulado de las humanidades; (2) la ausencia de la intención de acumular este conocimiento y ordenarlo; y un tercer problema se presenta en el campo de aquellos que aplican un conocimiento sobre cómo funciona el ser humano para obtener un efecto, un fin. 

Estos artífices tienen un cierto conocimiento que les permite actuar y tomar decisiones. Ese conocimiento es empírico, profundamente útil, enseñado en el campo de batalla, pasado de generación en generación. Esa forma de conocimiento es de los remanentes, de las maneras antiguas de concentrar conocimiento, áreas que no han podido separarse de los gremios. Se aprende a manipular la comunicación trabajando. Se aprende esto no desde las universidades.

Al mismo tiempo, las universidades defienden estar separadas de cotos de poder intelectual. Según ellas, de esta manera, cualquier persona, sin importar su origen o estatus, puede acceder a ese conocimiento y técnica. Esto podría ser verdad para las ciencias biológicas, físicas y matemáticas; incluso para el derecho y la psicología. Pero pareciera que todas las demás áreas siguen manteniendo gremios, ajenos a la universidad, en donde se enseña lo verdaderamente útil para el ejercicio de su profesión.

El comunicólogo cae abatido frente a este tercer problema: este profesionista universitario aprende cosas en las aulas que son útiles para obtener el grado, pero inútiles en los campos de acción concretos, en donde se busca manipular la comunicación (o conducirla, por si a alguno que otro purista le molesta tal verbo). 

La “comunicología” no tiene un cuerpo ordenado de conocimientos: hereda de sus hermanas mayores el desprecio por la acumulación de conocimiento y se afana a un fetichismo por la anécdota comentada, regocijándose en descubrir el hilo negro cuando en el campo de batalla ha superado el hilo, la tejedora y el carrete; tampoco tiene una forma de ser aplicada: al carecer de un conocimiento ordenado qué probar, ningún método es fiable, y a la vez, todos lo son. No es hasta que llega al campo de batalla que la disciplina (el disciplinado) se da cuenta qué cosas funcionan o qué cosas han funcionado por tradición, aunque no sabe por qué. Finalmente, su tercer problema es que si pretende ordenar ese conocimiento gremial y encontrar maneras para aplicarlo “ordenadamente” es ridiculizada por quienes hacen.

Para este tercer problema, para el gremio, las palabras de Umberto Eco resuenan:

“Ellos saben porque hacen, pero no saben porque saben que saben lo que hacen”.
Claro, también esta visión peca de ingenua: creer que quienes a fuerza de empíria han obtenido conocimiento, no han dedicado momentos a su reflexión, a teorizar.

En el fondo, el académico en su torre de marfil aspira a ordenar este conocimiento porque se asume que en algún punto este será tan extenso, se habrá acumulado tanto, se habrá afinado a tal grado, que no se podrá aprender en la práctica: se tendrá que dedicar un tiempo a su aprendizaje, atención, revisión. De ahí, unos aplicaran y otros profundizaran.

El proyecto que propongo es el de una comunicología alterna (tal vez) a la establecida desde la academia. Una comunicología desde las trincheras del trabajo empírico. Armados de las herramientas de las humanidades, dar orden a ese conocimiento y atreverse a proponer métodos hipotéticos-deductivos que pretendan probar ese cuerpo de conocimientos. Una comunicología que busque, en última instancia el estudio de (1), y alinear cualquier disciplina que pueda otorgar herramientas, teorías, hipótesis y métodos para lograrlo.

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