Against the dying of the light

En una esquina de Paris, en la zona repleta de oficinas y repleta de atareados trabajadores de la burocracia, se encontraba un café. Ahí, sólo una mesa se asomaba en la banqueta. Le acompañaba una silla y un florero con una sola flor. Si uno se quedaba mirando esa silla se percataría que al poco tiempo se sentaría un joven vestido con atuendos medievales: capa azul índigo, una túnica de un índigo más oscuro, y una cadena de oro que permitia que la capa descansara en sus hombros.

El joven se hacía llamar Emanuel. Se sentó y esperó a que llegaras.

–He pensado en lo que me dijiste.
–Dame oportunidad de repartir las cartas en la mesa.

Y así lo hizo. Dejó varias cartas boca abajo mientras que el mazo lo volvía a barajear. Lo colocó boca abajo a un lado del pequeño objeto monofloreado.

–Es obvio, soy empático a tu sufrimiento.
–Gracias. Reconozco que lo sabes.
–Reconoces bien ¿qué más reconoces?
–Me juega. Me otorga infinidad de caminos, me hace falta una brújula.
–No; te hace falta un faro. O preferirías una estrella de Belén.
–¿Hay diferencia a estas alturas?
–Tú ya sabes qué buscas. Entonces, ¿qué necesitas?
–Necesito un faro a la distancia y una estrella todos los días.
–Necesitas no olvidar en dónde están las piedras.
–Dímelo porfavor.

Emanuel respiró hondo y observó las cartas.

-Rage against the dying of the light!

A la tormenta que se aproxima, hazle frente. Amárrate al mastil y llena tus oidos de algodón. La sabiduría se encuentra en prepararte. Hay tormentas que no se pueden esquivar. Hay tormentas que no se pueden preparar. Has hecho las decisiones correctas.

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